Somos dilema
Texto: Carmen Valor * | Ilustración: Carlos Múgica
Los ciudadanos del siglo XXI habitamos en el dilema. Pero eso nunca fue una mala noticia. En el mar de dudas, contradicciones y dualidades propias de las sociedades complejas, de la lógica del progreso y de la construcción de la individualidad, asoma una ciudadanía cada vez más formada e informada y también más reflexiva. Bienvenido sea, pues, el dilema que remueve conciencias y promueve estilos de vida más alineados con la salud del planeta y el bienestar de los otros.
Te pasas la vida repartido en muchos bienes. El problema viene en qué bien priorizar. El bien de tus hijos o el de tus bisnietos. El bien de tu calle o el de la calle de otros. Tu comodidad o la supervivencia del vecino. En eso, al fin y al cabo, consiste este viaje: en tomar decisiones sobre qué bienes debemos impulsar.
Un cometido que nos sitúa en un espacio de decisión entre dos trayectorias. La trayectoria del cínico o del nihilista –«no hay salvación», «que cada uno proteja lo suyo», «no pienso mover un dedo por nada que no me afecte personalmente»– y la trayectoria del héroe moral que decide salvar al otro cueste lo que cueste y que, al final, se quema en el intento y entra en la apatía.
Entre estas dos trayectorias hay muchas posibilidades y en esas nos reflejamos todos. Porque queremos no usar plástico, pero no tenemos ni tiempo ni paz para planificar compras y cocinar a granel. Queremos usar menos energía, pero nos da miedo poner en riesgo el confort de nuestros hijos. Queremos apoyar a pequeños productores del Sur, pero no queremos generar tantas emisiones. Si compro la camiseta a 5 euros, soy consciente de que a alguien no le han pagado de forma justa, pero no me da el presupuesto para gastarme más.
Debemos aprender a convivir con el dilema para evitar que el nihilismo y la apatía moral nieguen todas las salidas
Vivir con el dilema no es fácil y la tentación de acabar en el cinismo o en la apatía moral es grande. Tenemos sociedades complejas y problemas complejos o wicked problems, como acertadamente se expresa en inglés, para los que la solución no es evidente. Si hubiera un camino recto y único para resolver nuestros problemas, ya los habríamos solucionado. Este es el primer punto que debemos asumir: la necesidad de aprender a convivir con el dilema para evitar que el nihilismo y la apatía moral nieguen todas las salidas.
Una manera de reconciliarnos con el dilema es cambiar la mirada: hacia el lugar desde donde observamos y no tanto a la meta. Para navegar el dilema, necesitamos una mochila con habilidades que nos capaciten para seguir buscando el bien mayor, sin quemarnos o abandonarnos a la desesperanza. Si enfocamos los dilemas con los recursos de esa mochila, será difícil equivocarnos.
Una de estas habilidades es la gratitud. Pensar cada día en lo mucho que tengo comparado con lo que de verdad necesito. Ver en las cosas que uso o compro el trabajo de tantos, no siempre pagado o realizado en condiciones seguras. Desde el agradecimiento podré, por ejemplo, rechazar bienes tan baratos que no parece que alguien se haya visto recompensado por su esfuerzo. Y hacer el sacrificio de comprar otros más caros pero que tienen detrás una filosofía de salarios justos.
Otro de los recursos de la mochila es la esperanza. Los bienes a los que aspiramos son tantos y tan complejos que ya no se van a realizar. Igual, ni soy testigo de cuándo ocurrirán. Lo único seguro es que, si no doy un paso, por pequeño que sea, esos bienes cada vez estarán más lejos. Es como educar a los niños: hay que decir dos millones de veces lávate los dientes para que se los laven sin tener que decirlo. Pero si no se lo dices dos millones de veces, si tiras la toalla en la décima vez, entonces es probable que no lleguen a hacerlo de forma autónoma.
Es muy difícil (y un error) ser dogmático en sostenibilidad, porque realmente ni lo sabemos todo ni podremos ser siempre consecuentes con lo que sabemos
El tercer recurso es perdonarte a ti y a los otros, que está muy ligado a la humildad. Es muy difícil saber siempre qué es mejor en cada momento. Y, a medida que avanza la ciencia, vamos sabiendo que lo que pensábamos que era bueno por una razón, no lo es por otra, y viceversa. Y la humildad de reconocer que tú has hecho un viaje pero que igual los demás todavía no. Es muy difícil (y un error) ser dogmático en sostenibilidad y presentarse como un ser moralmente superior, porque realmente ni lo sabemos todo ni podremos ser siempre consecuentes con lo que sabemos. Solo si pensamos que el camino es un paso hacia adelante, quizá dos, y luego un paso hacia atrás, y así indefinidamente, podremos navegar el dilema.
El último recurso (hay más, pero hasta aquí llegamos) es la sabiduría. Para los griegos, la sabiduría era la virtud fundamental porque nos permite adaptarnos a un entorno que cambia rápidamente; podremos aprender y acumular experiencia de los éxitos y, sobre todo, de los fracasos, y podremos estar abiertos a nuevos proyectos y formas de vivir. Solo con la sabiduría podemos elegir las batallas, aceptando las realidades que no podemos cambiar ahora mismo. Solo con la sabiduría podemos vivir una vida con sentido que es, a fin de cuentas, una vida feliz. Una vida buena.
La vida (y la vida del cambio, más todavía) es eso: dilema. Gamas de grises, dudas y conflictos internos. Si te asalta el cinismo o la desesperación, recuerda que hacemos el cambio tanto con lo que hacemos como con lo que decimos y con lo que sentimos. Que el trabajo de cambio se articula en muchos espacios, aunque varíen en la eficacia aparente de cada uno. Cuando trabajas la esperanza o el optimismo y lo compartes, estás también impulsando el cambio. Cuando apoyas verbalmente a los que están en las trayectorias de cambio, también estás impulsando el cambio. Cuando dices «no, gracias; esto no va con mi manera de ver el mundo» al que te ofrece opciones de consumo rápidas, baratas, sin garantías, también estás impulsando el cambio.
Y cuando no puedes decirlo o hacerlo o sentirlo, no desesperes. Mañana será otro día para volver a intentarlo.
* Desde 2005, Carmen Valor realiza su actividad docente y científica en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Pontificia Comillas, que dedica al estudio del consumo y el mercado en la transición hacia la sostenibilidad.