Repensar el mundo glocal

Repensar el mundo glocal

Texto: David García Maciejewski | Ilustración: Almudena Arribas

Un sistema de producción y consumo desatado y un virus invisible han puesto en jaque los cimientos de la globalización: se ha evidenciado que vivimos en un mundo de redes complejas, que nada tiene una dimensión o un alcance estrictamente local ni estrictamente global y que somos interdependientes, entre nosotros y con la naturaleza. Esta crisis sin precedentes abre una senda de oportunidades para arreglar las deficiencias de un modelo de desarrollo insostenible, siempre desde una perspectiva glocal y multidimensional, y a través de la innovación social y la colaboración entre Estados, empresas y ciudadanía.

Ulrich Beck desarrolló a finales de los ochenta una teoría social cuya síntesis sostenía que invertimos cada vez más tiempo en discutir o tratar de solucionar los riesgos inéditos que hemos creado directa o indirectamente que a desarrollar avances tecnológicos que nos ayuden a mejorar nuestras vidas. La llamó Teoría de la Sociedad de Riesgos y, aunque se popularizó tras el desastre de Chernobyl, vuelve a sonar con fuerza en estos galopantes tiempos de pandemia. La pobreza, el hambre, la desigualdad de género y el calentamiento global son consecuencia de la acción humana. Nadie los buscó de forma deliberada, pero ahí están. Dado que vivimos en un mundo en el que el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del Atlántico, estos riesgos acechantes nos afectan a todos y la respuesta debe ser común.

Parte del problema deriva de los efectos de la globalización y la revolución tecnológica, dos elementos que, añadidos a un voraz sistema de consumo, han acentuado a escala global y local la brecha entre ricos y pobres, la fragmentación social y las desigualdades en los territorios nacionales. Beck achacó parte del problema a la progresiva pérdida de influencia de los Estados nación en cuestiones tales como seguridad o convivencia, y lo asoció a la dilución de la identidad cultural local.

Por su parte, el economista Thomas Piketty, autor de algunas de las más influyentes teorías sobre la desigualdad social y la brecha de clases, añadió que tanto los cambios ideológicos como políticos han sido, a lo largo de la historia, los auténticos responsables de la desigualdad. En su libro El capital en el siglo XXI el autor señaló que desde los años 70 el abismo entre clases ha crecido significativamente en los países ricos, especialmente en Estados Unidos, «donde en la década de 2000-2010 la concentración de los ingresos recuperó, e incluso rebasó, el nivel récord de 1910-1920».

Piketty advirtió que cuando el rendimiento de los grandes capitales supera la tasa de crecimiento de producción e ingresos de un país –algo que, advierte, «sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con ser la norma en el XXI»–, el capitalismo traería como consecuencia «desigualdades insostenibles y arbitrarias» que pondrían en jaque «los valores meritocráticos en los que se fundamentan las sociedades democráticas».

El primer paso para resolver esta crisis pasa por aplicar más la premisa propuesta por el sociólogo Patrick Geddes: «Piensa de forma global, actúa de forma local»

El primer paso para tratar de resolver una situación harto compleja parece que pasa por aplicar más la premisa propuesta por el sociólogo y activista Patrick Geddes: «Piensa de forma global, actúa de forma local». Quizás promover una mayor glocalidad, esa interrelación entre lo humano y lo digital, lo urbano y lo rural, lo individual y lo colectivo, sea nuestra última esperanza para revertir un engranaje de interacciones globales que ha revelado sus enormes deficiencias a la hora de enfrentarse a riesgos específicos. Y dado que lo que afecta a la salud del planeta afecta a la salud de las personas, y viceversa, un momento de crisis pandémica puede ser el ideal para decantarnos por un cambio de modelo.

La excusa perfecta para exigir cambios

«Esta pandemia nos ha mostrado la debilidad de una globalización extrema en la que hemos dado prioridad a tener mayores beneficios empresariales mientras nos hemos descapitalizado de cosas básicas», considera Cristina Monge, politóloga, asesora ejecutiva de Ecodes y profesora de Sociología de la Universidad de Zaragoza. «En Europa, por ejemplo, no teníamos suficientes mascarillas y respiradores. No disponíamos de elementos básicos para hacer frente a la crisis. La pandemia nos debería llevar a revisar todo», aclara.

Tras más de un año del inicio de una de las mayores crisis internacionales y humanas desde la Segunda Guerra Mundial, el camino que nos queda por recorrer parece incierto. En la línea de Monge, para el profesor y economista Emilio Ontiveros, autor de Excesos: Amenazas a la prosperidad global, la senda del futuro depende en gran parte de la capacidad resolutiva de las instituciones nacionales y supranacionales. «El mundo, Europa y, en mayor medida, España van a tardar en recuperar la actividad económica que tenían antes de la pandemia», advierte. «El daño, la severidad de esta recesión, es histórica y no tiene precedentes. La recuperación va a depender de que Europa siga ejerciendo como ángel protector de las economías periféricas. Si España hace un uso inteligente de los fondos de la Comisión Europea, se podrá avanzar en dos direcciones: una modernización económica y digital y otra que sirva para acelerar el cumplimiento de los objetivos comprometidos en París en 2015, lo que favorece el cumplimiento los Objetivos de Desarrollo Sostenible que un número creciente de empresas empiezan a asumir».

Todo ello entronca con una idea esperanzadora: 2021 comienza como transcurrió 2020 a partir de marzo, en crisis. Será un año de nuevos riesgos completamente inciertos, pero también una fecha que puede marcar un antes y un después en nuestro insostenible sistema de consumo. En cierto sentido, podemos hablar de una transformación. «Le hemos visto las orejas al lobo. Cómo el sistema económico nos puede dar sustos», explica Ontiveros: «Hemos verificado los excesos del sistema y la necesidad de resetear algunas de sus medidas». Los momentos críticos llevan a las sociedades a arrostrar sus debilidades, y estos tiempos de incertidumbre y sufrimiento pueden ser claves para repensar los beneficios e inconvenientes de la globalización, de las nuevas tecnologías y del propio sistema de producción y consumo. Un buen aprendizaje puede conducirnos hacia un mundo alineado con la Agenda 2030.

Emilio Ontiveros: «Le hemos visto las orejas al lobo. Deberíamos aprender la lección de los excesos que el sistema ha cometido»

Pero ¿cómo podemos conseguir una economía más inclusiva y sostenible a largo plazo? ¿Cuál es el plan de la economía globalizada? Ontiveros tiene una respuesta: «De cara al futuro, deberíamos aprender la lección de los excesos que el sistema ha cometido. Por ejemplo, en términos de daño medioambiental o de concentración excesiva del poder de mercado de algunas grandes empresas. Son algunos propósitos cuya corrección exige una actuación global». Y añade que el respeto al multilateralismo es la primera de las direcciones que se debe tomar hacia el cambio, y que en ese sentido hay una señal hoy en día muy favorable: la salida de Donald Trump de la Casa Blanca y la llegada de responsables que creen en las organizaciones multilaterales.

Sin empresas no hay paraíso

Quizás la solución a parte de nuestros problemas pase por repensar lo glocal. «Beck explicó que los desafíos son cada vez más globales, pero al mismo tiempo las consecuencias, la materialización de esos desafíos y la mejor manera de abordarlos depende de lo local, de lo que se puede hacer desde un ayuntamiento o desde una empresa», explica Cristina Monge.

Cristina Monge: «La mejor manera de abordar los desafíos globales depende de lo local, de lo que se puede hacer desde un ayuntamiento o una empresa»

Poco a poco nacen más iniciativas empresariales cuyo objetivo es contribuir a resolver problemas colectivos. Uno de los mejores ejemplos son las B Corp, empresas con recursos privados que ofrecen soluciones públicas. Pablo Sánchez, director de la Fundación B Lab, cree que este tipo de empresas deben servir de catalizador para la transformación económica. «Más del 50% del PIB lo genera el sector privado», explica Sánchez. «Sin la participación de la empresa no hay un cambio de modelo. Las B Corp promueven una transformación empresarial donde la sostenibilidad, la ética y la responsabilidad se integran de forma totalmente transversal».

Sánchez resalta la importancia de mantener la Agenda 2030 como guía a pesar de la crisis sanitaria. Los problemas ambientales, la inclusión social o la brecha de género siguen ahí fuera, con o sin coronavirus. «Hay tantos riesgos que el Estado no puede dar respuesta a todos ellos», considera Sánchez. «Si el sector privado contribuye a dar respuesta junto con el Estado, el propio sector privado se convierte en un generador de soluciones para problemas públicos». Ser B Corp pasa por integrar políticas de diversidad, fomentar las compras locales, tener políticas de transparencia, hacer uso de energías renovables y desarrollar sistemas de gobernanza empresarial cuyo objetivo –aparte del económico– tenga ese compromiso social.

Pablo Sánchez: «Si el sector privado contribuye a dar respuesta junto con el Estado, se convierte en un generador de soluciones para problemas públicos»

Sin embargo, la proliferación de estas empresas depende, en gran medida, de las intenciones que tengan los Gobiernos en promoverlas. Pablo Sánchez cuenta que ellos trabajan para que se creen políticas públicas que reconozcan a ciertos negocios como empresas que benefician el interés general. «Deberían ser una categoría legal de empresa», defiende. «Sería un gran paso porque animaría a muchas otras a tomar el mismo modelo empresarial». Algunos países han creado una categoría societaria específica para fomentar la proliferación de este tipo de empresas: Italia tiene la Società Benefit; Francia, la Enterprise À Mission; mientras, en Estados Unidos destaca la Benefit Corporation, una figura legal en vigor en 39 estados.

Ontiveros también resalta la necesidad de que las empresas estén en sintonía con la equidad, la justicia y el desarrollo sostenible: «La evidencia demuestra que el cumplimiento de los ODS no es manifiestamente incompatible con la supervivencia empresarial. Se puede compatibilizar el beneficio necesario, el objetivo de supervivencia empresarial y crecimiento con el de la satisfacción de objetivos que beneficien a la comunidad», explica. «Las instituciones europeas, al definir esa sostenibilidad y esa modernización digital y poner 750.000 millones encima de la mesa, están facilitando que las pymes de Europa se adecúen al cambio».

Cuando el largo plazo es el corto plazo

El futuro de la humanidad después de la pandemia depende de que lo público y lo privado sean capaces de entenderse. «Nadie sabe qué va a pasar y cómo será el mundo pos-COVID», explica Carlos Mataix, director del Centro de Innovación en Tecnología para el Desarrollo Humano de la misma Universidad. «Lo que sí sabemos es que el futuro, a medio y largo plazo, va a depender en gran medida de las decisiones que estamos tomando ahora. Como dijo la secretaria general iberoamericana Rebeca Grynspan recientemente, ‘el corto y el medio plazo comienzan en el mismo momento’». Y advierte: «La ciencia nos informa con rotundidad de que, si seguimos como hasta ahora, tendremos que enfrentar un colapso ambiental y social de una magnitud difícil de imaginar, que nadie desea».

Carlos Mataix: «La Agenda 2030 no es más que un ejercicio de anticipación inspirado en la evidencia científica de que nos encontramos en un punto de no retorno»

El objetivo principal es modificar con urgencia la idea de que economía y ecología son conceptos contrapuestos: «Al hacerlo, descubriremos que la reconstrucción guiada por el Green Deal nos ofrece un enorme potencial para avanzar hacia sociedades más prósperas basadas en economías más limpias y desmaterializadas, más circulares y socialmente más inclusivas. La recuperación de la crisis de la covid tiene que ir en esa dirección», explica Mataix, quien añade que la Agenda 2030 no es más que un ejercicio de anticipación inspirado en la evidencia científica de que nos encontramos «en un punto de no retorno».

Por tanto, urge reimaginar nuestras infraestructuras, nuestras ciudades, nuestros sistemas de producción, distribución y consumo. «Tenemos que hacerlo para proteger, primero, a las personas, y para proteger al mismo tiempo a nuestros ecosistemas de un deterioro que pone en peligro nuestra propia subsistencia», explica Mataix. En resumen: debemos avanzar hacia una economía glocal, inclusiva, verde, alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, moderna y más humana, que sea capaz de construir un futuro equilibrado y justo sin dejar a nadie atrás, respetando lo local sin dejar de pensar en lo global. La clave la encontramos en la Agenda 2030, una hoja de ruta que es, por definición, una «agenda glocal».

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