Houston, tenemos un problema (y varias soluciones)

Houston, tenemos un problema (y varias soluciones)

Texto: Laura Zamarriego | Ilustración: Pablo Bacigalupe

Tenemos la información y tenemos las herramientas. En qué dirección usemos nuestro conocimiento, despleguemos la tecnología disponible –y la que aún no lo está– e integremos los Objetivos de Desarrollo Sostenible desde todos los ámbitos y a todos los niveles, determinará el éxito o el fracaso de nuestro paso por este incierto mundo.

«Oficialmente, la misión del Apollo 13 fue un fracaso. Pero muchos consideran que aquella demostración de competencia, trabajo en equipo, conocimientos e ingenio para resolver situaciones nunca imaginadas constituyó la mejor hora en la historia de la NASA». El ingeniero industrial Rafael Clemente narra así la historia detrás de la famosa frase pronunciada por el astronauta Jack Swigert el 13 de abril de 1970.

Medio siglo después de aquel episodio, el mundo ha dado muchas vueltas, y no precisamente a la Luna. La primera década del tercer milenio nos ha dejado otra «situación nunca imaginada», esta vez del todo terrenal: una pandemia mundial bautizada SARS-CoV-2 que nos ha impuesto por decreto nuevas formas de vivir y de relacionarnos, de concebir el tiempo y la rutina (¿qué es hoy hacer planes a medio o largo plazo?) e incluso de expresarnos (¿quién habría podido imaginar que «confinamiento» sería la palabra del año?).

2020, en efecto, puso nuestra fragilidad frente al espejo y diluyó la fina línea que separa la realidad de la ficción. A las dolorosas cifras de fallecidos, se suma una crisis económica, social y psicológica que marcará un antes y un después en el acontecer del siglo XXI.

Y aquí estamos. Estrenando 2021 con una tercera –cuarta, para algunos– ola pandémica y, por si el escenario distópico no fuera suficiente, con una nevada histórica y un asalto al Capitolio perpetrado por hombres con cuernos de bisonte. Y memes, muchos memes que, reconozcámoslo, nos salvan de algún que otro momento de bajón justificado.

La fatiga pandémica se sobrelleva mejor con pequeñas dosis de humor. También, con perspectiva: al margen de las preocupaciones coyunturales derivadas de los contagios, las vacunas o los ERTES, los grandes retos globales a los que nos enfrentamos como sociedad son, en realidad, los mismos que hace un año. Y que hace dos. O cinco. Si algo ha cambiado es, en todo acaso, su consideración de urgentes.

Los grandes retos globales a los que nos enfrentamos son, en realidad, los mismos que hace un año

La desigualdad, un mal endémico en nuestras sociedades, ya generaba enormes tensiones (que van a inflamarse a medida que crezcan las bolsas de exclusión); la temperatura global ya aumentaba consecutivamente cada año y los fenómenos meteorológicos extremos ya amenazaban con multiplicarse en frecuencia e intensidad (los científicos recuerdan que las olas de frío como Filomena son otra cara más del cambio climático); un millón de especies ya se encontraba en peligro de extinción; ecosistemas como el Mar de Aral, los arrecifes de coral del Caribe o los humedales de Australia ya agonizaban; y la destrucción de la Amazonía, ese gran pulmón del planeta, ya estaba en el punto de mira.

Sin embargo, hemos aprendido –o asumido– muchas cosas. Que la pérdida de biodiversidad causada por la acción humana levanta la barrera a enfermedades zoonóticas. Que el cambio climático, como los virus, no entienden de fronteras. Que los riesgos globales requieren soluciones glocales. Que la ciencia, y quienes la ejercen, deben estar en el centro de ciertas decisiones. Que gracias a décadas de progreso hemos sido capaces de desarrollar una vacuna en tiempo récord. Que debemos cuidar y fortalecer los servicios públicos esenciales. Que la tecnología también nos aleja de la soledad. Que las relaciones laborales dejan un gran margen para la innovación. Que la reconfiguración de las ciudades es más fácil de lo que parece. Que el mundo rural y el urbano están interconectados. Y un largo etcétera.

Hemos aprendido –o asumido– que la tecnología y el big data han venido para quedarse y que eso no es una mala noticia siempre y cuando los pongamos a nuestro servicio. No hay tiempo para ludismos. Sí para gobernar, desde la ética y los derechos humanos, todo ese torrente técnico y algorítmico, capaz de mantener a una empresa en pie gracias al teletrabajo, predecir el tiempo, los atascos o los votos, crear noticias falsas y hasta componer música o pintar un Rembrandt, pero que no fue capaz de prever la mayor pandemia global. Cabe preguntarse por qué.

Desde la habitabilidad de los grandes núcleos urbanos hasta el cuidado de los más vulnerables, hacer frente a los desafíos más urgentes de esta década pasa inevitablemente por abrazar la tecnología y la digitalización y ponerlas al servicio del bien común, esto es, de la naturaleza, de la economía circular y de la transición justa. Pero, sobre todo, por incorporar la razón, el sesgo de la sostenibilidad y el espíritu colaborativo a todas nuestras proyecciones de futuro.

Es hora de poner la tecnología y la digitalización al servicio de la naturaleza, de la economía circular y de la transición justa

¿La buena noticia? Que hace tiempo que emprendimos el camino: los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París alcanzados en 2015 tejieron los mimbres del nuevo progreso. «Los ODS son el viaje a la luna de nuestra generación», afirmaba el economista Jeffrey Sachs, uno de los padres de esta gran agenda global, en una entrevista para El País. Un camino que ha ido dejando numerosas señales a su paso durante los últimos años: el Green Deal europeo, el legado de Greta Thunberg en los más jóvenes, el mensaje de Davos o el auge del consumo consciente aran el terreno hacia ese escenario de lo posible.

Escribía Marta García Aller en un reportaje de la revista Ethic que el cambio no se mide solo por aquello que llega –para bien o para mal– sino por aquello que desaparece –para mal o para bien–. Claro que no volveremos a ser los mismos. Pero seremos otros. ¿Mejores? ¿Más fuertes? Esa conclusión se la dejamos a los futurólogos. La única certeza es que hoy somos más conscientes de los retos globales: de su existencia en sí y de nuestra capacidad como especie para navegarlos. Y eso ya supone una conquista. Lo que en lenguaje espacial podría traducirse como: «un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad».

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